Octant Hotels: autenticidad, diseño y cultura a la portuguesa

Edificios singulares colmados de esencia local con la libertad como estilo de vida. Tan simple frase podría resumir el lema enarbolado por los 8 hoteles que Octant Hotels posee repartidos a lo largo y ancho de Portugal. Pero, ojo, decimos “podría”: aunque no le falta verdad, Octant es mucho más que eso.

Y resulta que nosotros, afortunados, hemos podido comprobarlo en primera persona y en dos de sus hoteles, ubicados en la bella Évora y en la histórica Lousā para contarte hasta el último detalle. Y, si algo hemos sacado en claro, es que desde Octant Hotels pelean a diario por hacer que sus huéspedes se sientan como en casa. Por permitirles entender que el diseño y la vanguardia maridan a la perfección con el buen gusto. Por invitarles a aprender que, cuando se habla de lujo, no solo hay que fijarse en las cosas materiales: la experiencia total es la clave.

Évora: lujo informal en el corazón de alentejo

El Alentejo en todo su esplendor se despereza en los alrededores del Octant Évora Farm Hotel & Spa. Campos verdes forrados de flores silvestres que lucen a lo grande tras las primeras lluvias de invierno y un horizonte infinito donde el paisaje natural es el protagonista. Así de simple y así de perfecta es la ubicación de la Herdade do Perdiganito, 11 hectáreas colmadas de paz en las que la desconexión está asegurada. Un decorado de lujo para un almuerzo con el que dan la bienvenida al paraíso.

A la sombra de un techado de cañas, y en medio de un jardín de plantas medicinales, una mesa de madera, un puñado de copas y unas tablas en las que una selección de embutidos de la zona nos esperan: la experiencia se intuye especial. Es la bautizada como “Mesa del chef”, un encuentro cara a cara con lo mejor de la gastronomía alentejana que nos permite disfrutar de lo que, desde los fogones liderados por el chef Elísio —también al mando de À Terra, el restaurante del hotel— sugieren: no faltan ni el bacalao con garbanzos, ni las verduras de la huerta, ni el cerdo alentejano. Un regreso a los orígenes en toda regla que se extiende hasta, casi, el atardecer: cuando el sol amenaza con rozar el horizonte, es el momento de dar un paseo por los jardines de Octant para seguir maravillándonos.

Y lo hacemos: por supuesto. Porque paso a paso continuamos descubriendo la infinidad de sorpresas que este pequeño paraíso tiene preparado para sus huéspedes. Y lo siguiente que llama la atención es la sensación de amplitud: a pesar de que el hotel cuenta con 56 habitaciones y 16 villas —pequeños oasis de entre 2 y 4 habitaciones con, incluso, piscina propia—, los extensos terrenos y grandes espacios regalan ese sentimiento de intimidad, de soledad, que tan necesario se hace a veces. Son, sin duda, aliados constantes durante la estancia.

Una pequeña granja hace de hogar para ovejas y cabras, gallinas e incluso un cerdo que, panza arriba, duerme su merecida siesta: las familias que se alojan con niños encuentran aquí el mejor pasatiempo. En el jardín, donde menos se espera, pequeñas piscinas de contemplación miran al infinito y ofrecen una alternativa a aquella de mayores dimensiones en torno a la que se organiza el hotel: nada como la tentación para hacernos soñar con regresar cuando el termómetro vuelva a subir.

Aunque, si hay ganas de baño, no hay problema, porque el coqueto spa de Octant Évora no solo cuenta con varias cabinas en las que recibir tratamientos con hierbas medicinales y productos botánicos de la zona, sauna, baño turco y hasta gimnasio: también tiene a disposición de los huéspedes, durante las 24 horas del día —aquella oda a la libertad de la que hablábamos, ¿recuerdas?— una piscina climatizada que es toda una declaración de intenciones. Aquí uno viene a relajarse y desconectar. Punto.

Lo mejor es que dentro, todo sigue fluyendo: espacios diáfanos que nos reciben con un olivo por anfitrión en la recepción. Junto a él, una estantería de tamaños imposibles en tonos añil donde el Alentejo queda definido en objetos decorativos. Un proceso de check-in con el que uno siente que llega a su propio hogar mientras ojea la pequeña barra expositiva donde la artesanía local encuentra también un hueco y una oportunidad, no vamos a engañarnos, de llevarnos algún que otro antojo a casa.

Pasillos infinitos, sin ostentaciones, llevan de la mano hasta esas habitaciones que abrazan con solo poner los pies en su interior. ¿Y cómo lo logran? Una vez más, defendiendo la esencia alentejana en cada detalle: las maderas, los tonos claros y esa simplicidad que resulta tan reconfortante hacen que la tentación de encerrarnos con un libro eternamente entre sus paredes nos resulte un plan de lo más atractivo. En el baño, amenities ecológicos de la firma D´Naturaleza y albornoces por los que dejarse envolver.

Sin embargo, fuera, las infinitas opciones con las que cuenta el Alentejo claman. Así que tendremos que decidirnos entre coger las bicicletas —cortesía de Octant— para explorar la zona, o dejarnos llevar por cualquiera de las experiencias a medida plasmadas en una completa carta de propuestas con la firma del hotel por delante. ¿Por ejemplo? Explorar la región con otros ojos: con los de las aves que sobrevuelan los cielos alentejanos —solo que, en nuestro caso, montados en un globo aerostático al amanecer para dar los buenos días a Évora desde las alturas—, o recorriendo las calles de la villa medieval con la mirada de un guía local que nos desvela y narra los secretos de la ciudad como nadie. Experiencias infalibles para acabar prendados, obviamente, del destino.

Lousã: esplendor ruso a raudales

Aires de otra época contagian a quienes nos adentramos en el antiguo Palacio de Lousã, conocido mucho tiempo atrás por ser el Palácio dos Salazares y posteriormente convertirse en el hogar de la Vizcondesa de Espinhal. Su imponente fachada representa, claramente, un reflejo de la evolución estilística y arquitectónica vivida en Portugal entre los siglos XVII y XVIII. Un edificio majestuoso y resplandeciente que destaca en el corazón de la localidad serrana, situada en la región de Coimbra: a los pies de la sierra de Lousã, no existe mejor oasis al que escaparse si lo que se pretende es conectar con la naturaleza y, de paso, con uno mismo.

Hacemos check-in y enseguida se nos hace complicado decidir por dónde empezar a explorar los innumerables salones comunes de este templo al pasado. Cuidados espacios en los que cada detalle, cada elemento decorativo, cuadro, escultura o moldura del techo están pensados al milímetro: la maestría con la que se combinan pasado y presente, clasicismo y vanguardia, es espectacular. Casi tanto, diríamos, como las vistas que se contemplan desde sus inmensos ventanales. Al otro lado, Lousã, la frondosa sierra y los exuberantes jardines del palacio esperan: no nos extraña que el edificio esté catalogado como Patrimonio Histórico de Interés Público.

El hotel está dividido en dos edificios bien diferenciados pero unidos. Por un lado, la construcción del siglo XVIII, en cuyas tres plantas hay repartidas diversas habitaciones y suites, cada una de ellas completamente distinta a la otra y con su propio carácter, mientras que en la zona anexa es la arquitectura más vanguardista la que toma fuerza.

Los vetustos suelos de madera crujen a nuestro paso mientras nos acercamos hasta uno de los sofás junto a la chimenea, el mejor rincón en el que tomar el aperitivo antes de una cena en el restaurante À Terra. Para ocasiones especiales, un comedor de aires dieciochescos funciona a modo de reservado y se postula como el mejor lugar. El desayuno, para el que no hay límite de horario —de nuevo, la libertad como lema—, o para cualquier comida, ya sea un picoteo sano, una cena entre amigos o un café, mejor en las diferentes salas coquetamente decoradas que ofrecen la calma para disfrutar del festín. Las puestas de sol desde aquí, por cierto, hay que verlas.

Y qué mejor que hacerlo antes o después de un baño en su piscina climatizada —la exterior se vuelve una tentación para los días de calor—, o de un tratamiento reparador en el recién inaugurado spa, en cuyas camillas olvidarse del mundo por unas horas.

En una pequeña sala a pie de calle, bicicletas eléctricas y todo tipo de equipamiento a disposición de los huéspedes que quieran disfrutar del entorno. Porque un paseo por las callejuelas típicamente portuguesas de Lousã es el complemento perfecto a la estancia y permite fantasear con tiempos pasados en los que las casonas señoriales, hoy muchas abandonadas, fueron reflejo de éxito y prosperidad. Sin embargo, en esas paredes desconchadas, y en tesoros como la Igreja Matriz da Lousã, reside precisamente el encanto de la localidad, que nos permite viajar al pasado con tan solo contemplar lo que nos rodea.

Más allá, la sierra se nos ofrece en todo su esplendor: los amantes de la bicicleta de montaña encuentran aquí su paraíso, pero también quienes quieran dedicar las jornadas a largos paseos por el bosque entre robles y alcornoques. Nosotros nos entregamos al deleite de recorrer las sinuosas carreteras, ladera arriba, en busca de las pintorescas Aldeas de Xisto, pequeños reductos de población levantados hace siglos en pizarra donde el tiempo decidió pararse mucho tiempo atrás. Candal, Talasnal o Cerdeira, con sus balcones floreados y estrechas callejuelas, son el lugar ideal para despedirnos de nuestros días en Octant. Y si no regresamos… oye, que nos busquen en uno de estos paraísos.

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Source: Traveler